martes, 21 de diciembre de 2010

Yo me muero por ese tipo

El 4 de febrero de 1992, debía acudir a una entrevista de trabajo. A pesar de la asonada golpista y los partes televisivos, me dirigí bien temprano a la oficina de Chacao en donde me esperaría un viejo amigo. Por supuesto, no se presentó. Ni siquiera abrió la imprenta. Afuera, un grupo de obreros parecía ajeno a los graves eventos que horas antes acababan de sacudir al país. Aunque quizás era mejor sentarse y conversar, como hacían ellos. Y esperar. ¿Esperar qué? me pregunté. Podía encontrarme con mi novia en Petare, acompañada de sus hermanos, sus hijos y los vecinos instando al saqueo-reminiscencia de febrero de 1989. Aunque esto fuera jodedera y no alejara mi atención a las licras negras con que Mireyita saldría a recibirme e invitarme un café. Más allá de la sensación que deja un buen guayoyo, percibo que en el barrio la gente está tranquila. Por ello estimé que podía ir a mis labores en el periódico sin temor a más sobresaltos.

El mediodía nos concentró en intervenciones en el Congreso. David Morales Bello, Aristóbulo Iztúriz (a quien vi en la tele) y Rafael Caldera. Pero al culminar mi jornada, los comentarios que más suenan en la calle se ubican en palabras provenientes de otro recinto. Mediático también, aunque lejos del palacio legislativo. Al llegar a mi apartamento, la novia de mi compañero quiere montar un afiche de “ese tipo”. ¿Cuál tipo? El que se rindió, quien acaba de declarar. Para un descreído impenitente como yo, el que tu hermano te despierte en plena madrugada para comunicarte: “¡Tumbaron a Pérez!” sólo podía obtener como respuesta: “¡Qué bolas!” No porque comulgara con el régimen del Gocho, sino porque no pensaba que los militares se atrevieran a tanto. Al igual que mucha gente, no los creía capaces. A pesar del pitazo que recibí, meses atrás, por parte de un civil involucrado con el MBR-200, quien me citó para sumarme al movimiento. La cuestión es que mis tendencias preanarquistas me inhiben de simpatizar con un esquema castrense, ya se trate de su visión del poder o de la desfachatez con que más de uno exhibe su panza bajo las charreteras. Monopolio de la violencia, firrrrrr.

Pero muchos de mis coterráneos piensan distinto. No hay nada como darle un palazo a la lámpara, es lo que siempre han dicho, no sólo para justificar a Pérez Jiménez, sino también a Franco, a Pinochet y a Perón, entre muchos otros. En Venezuela: el Porteñazo y el Carupanazo, dos secuelas del maridaje de la extrema izquierda con las balas del Ejército (porque todo se reduce a eso: a las armas). Cómo les gusta una gorra a algunos buhoneros que conozco, así como a profesores, diyéis y reinas de belleza, como aquella hija de un alto oficial que confesó a Nelson Hippolyte su amor por la música de Shakespeare. O como la historiadora que lamentaba el fracaso de "un hijo del pueblo, como siempre”, en nada menos que un alzamiento militar. Para la inmensa mayoría de venezolanos, la intentona matutina fue nuestra primera experiencia al respecto y el ambiente que siguió no fue de celebración, pero tampoco nadie salió, excepto y obviamente la milicia fiel, en defensa de la “Constitución”. Por eso, cuando el jefe golpista pide a sus aliados que depongan su actitud en un brevísimo discurso –signo inequívoco de la derrota que lo llevará a la cárcel de Yare, antes de ser sobreseído dentro de unos años–, no sólo convenció a medio país de ser el "primero" en asumir su responsabilidad. Además, con ello logró que muchos reconocieran en él al mesías prometido en el imaginario épico-militar-bolivariano, y para ellos su frase más famosa no fue sino el preámbulo al beso más anestesiante con que alguna vez los hayan seducido. Beso que me fue ajeno porque, más allá de mi animadversión, no vi la transmisión en directo.

El video de la rendición es harto conocido, y con todo me sigue pareciendo la mejor pieza oratoria del teniente coronel. Sucinto, conciso y “macizo”, como dirían por ahí. Pero al cabo de doce años de cansancio y luego de que tanto la chica del “afiche” como su familia pasaran a engrosar la larga lista de excluidos de Pdvsa –su novio, convertido en esposo, participó en el paro de 2002–, creo que también puedo seguir jactándome de haber sido el último en conocer la capitulación televisada. La imagen de la ahora madre de dos adolescentes me lleva a recordar una cuña de la Fundación Daniela Chappard, en donde una joven se refiere al hombre que conoció en una discoteca y a quien va asociando paulatinamente con el contagio de sida, al lado de un singular juego de palabras. Asimismo, no puedo olvidar el debut actoral de Courtney Love en el biopic de Milos Forman sobre Larry Flint, en el que la actual "conquista" del Comandante escenifica a la mujer del dueño y director de Hustler, devenida también en víctima del síndrome. Sin lugar a dudas, por ahora, mi amiga está muriéndose por ese tipo.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Chatarritas (V)/ Puente sobre el río San Julián


a Charles Bukowski






La lluvia embellecía sueños y aligeraba

los senderos infinitos del Ávila

a donde llegábamos en cada llamado de las nubes

sin importar los grises al ras del barranco,

a los que nos asomábamos borrachos de frío.

Cabía siempre debatir entre si

la montaña unía o separaba a Caracas del mar

sobre todo al mirar

desde la cima del hotel Humboldt.

Pero la lluvia no cesaba de empapar amantes

a la puerta de la fiesta

o turistas comiendo heladitos en Uria

o bailadores de San Juan

discutiendo con caraqueños

por el buche de ron o cañaclara

o bañistas desde playa Pantaleta hasta Los Cocos

que luego de la espuma salada

aceptaban piropos desafiantes a las novias

al abordar el rigor de regreso.

Una y otra vez un aguacero

movilizó graduandos desde los jardines

de la Universidad hasta la biblioteca

en más de un acto fallido.

Pero el perfil de una geografía melosa

nunca olvidó regalarnos poses impecables,

sobre todo cuando la tempestad

nos negaba la luna a la orilla del Atlántico

o cuando los cauces reclamaban

los manantiales olvidados

en las brumas del pico Naiguatá.


Agua capciosa


En la quebrada de Camurí aprendí a sacudir

bluyines contra las piedras lisas

convites de caricias

mientras la lluvia tomaba su ración de descanso.

Y cuando ella volvía

Titico no olvidaba bañarse desnudo

hasta la versión eléctrica

que nos obligaba a encerrarnos

en medio de Saga y Willie Colón

y los cachitos pa´huelé.


El barro conocía el Castillete de Reverón,

el Psiquiátrico de Anare y la Heladería Tomaselli.

Cerca desviaba el puente sobre San Julián

y una vez casi nos desborda

en uno de sus arranques

culpable de una caminata de diez kilómetros

y cinco días incomunicados.


La lluvia no me impidió descubrir la Enciclopedia Británica,

a Max Weber y la lectura veloz de Antonio Blay

en los insobornables mesones del campus

llenos de charlatanes y censura.

Sobraron oportunidades para resbalar en la vía hacia Galipán

mientras buscábamos las ruinas del doctor Kanoch

y los vecinos repetían: “Eso ya no existe”.


Pero aún faltaba el gran aullido,

el llanto del Ávila mezclado con sus baqueanos,

lamentos seniles, endechas de violadores y saqueadores,

la caída de todos los muros

y guijarros de tres pisos arrojados a 150 por hora

contra la Gata Borracha, Salsipuedes y el Hotel Miramar.


Barro de luto


Margaret no puede bailar con sus hijos en Uria,

Carmen vio volar los árboles en Naiguatá,

no encuentro el número de Ylenis

y de Arminda sólo la contestadora.


El alma mater yace bajo incertidumbres de lodo

que recobraron una fisonomía perdida

junto a nostalgias de tormentas

incapaces de arrasar

con el grupo de teatro Grieta,

el centro excursionista Huayra

(transmutado por el cine en Catia),

los discursos de graduación que intentaron

arrancar liendres

y el musgo para darle el aire cool al pesebre

del Centro de Estudiantes.


Mucho antes de mirarme en el listado de admisión

ya no era virgen

y admitía que las playas de Vargas

sólo despuntaban como reliquias vanas de weekend.

Pero más allá de un título y la lucidez

que sólo brinda el salitre por las tardes

un hombre afloró desde un fango de vivencias

moldeado por aguaceros que levantaron

quebradas hasta los tuétanos

en busca de inocencia

(hasta cuándo)

quizás a los ojos de Isabel en Macondo.


Ésta no es agua de luna

Ella apareció una semana después




J. M. Guilarte, de "El barbero loco" en Voces nuevas 2003-2004, Fundación Celarg: Caracas, 2004.