domingo, 29 de agosto de 2010

De la Squadra Azzurra al manual para detractores


alle tifose Graziella Peri, Gabriela Zavatti e Adriana Seguro

5 de julio de 1982. El mundial de fútbol se celebra en España, cuya selección –evidentemente, hablamos de otros tiempos y costumbres– ya está fuera de competencia. La jornada se plantea crucial para el equipo italiano, obligado a ganarle a Brasil para pasar a la semifinal, mientras que al Scratch le basta con un empate (en esta oportunidad, la segunda fase consistió en cuatro liguillas, en lugar de los clásicos octavos y cuartos de final). Pero dije crucial, por no decir imposible. La Azurra había llegado a duras penas a esta instancia, tras una tríada de lastimosos empates en la fase eliminatoria, entre ellos el encuentro con un novel y prometedor Camerún. Por ello la victoria contra Argentina tomó a muchos por sorpresa, aunque en realidad la albiceleste fue también una decepción, con todo y el debut mundialista de Maradona. Pero en la mente de todos, incluso muchos tifosi, no cabía imaginar que la Italia de Paolo Rossi, Scirea, Tardelli y Dino Zoff tuviera algún chance contra esa especie de dream team brasileño, con jugadores como Zico, Falcao, Sócrates, Junior, Eder, Toninho Cerezo y Serginho en su mejor momento. Durante cuatro brillantes partidos, Brasil hizo valer la etiqueta del jogo bonito como hacía tiempo no se veía en una copa mundial, y 13 goles a favor y sólo 3 en contra (pese al endeble desempeño del guardameta Valdir Peres) estaban allí, esperando por el peldaño italiano. Como diría el eximio Carlitos González, se vislumbraba un hombre pegándole a un borracho en el piso, tal cual la final de México 1970.

Por ello no me preocupé mucho cuando, en medio de mi viaje a la Universidad, luego de un fin de semana familiar en Valencia, una cadena presidencial se encargó de recordarnos que la fecha es fiesta patria, y se celebra desde siempre con un desfile en el Paseo Los Próceres (la diferencia horaria con Sevilla, sede de la liguilla, no bastó para eludir la coincidencia). Empero, para mis adentros, y por muy extraño que parezca, la victoria verdeamarela no requería de una transmisión en vivo como marca de su obviedad. Nuevamente, en el trayecto recordé a Carlos González y su frase lapidaria; asimismo las limitaciones del cuarentón Dino Zoff con los disparos de media distancia, como el par de golazos con los que Brasil despachó a la propia Italia en la copa de 1978 para hacerse del tercer lugar, invicto y “campeón moral”, en palabras de Pelé. Además estaba fresca la despedida del campeón argentino por parte del letal Scratch, días atrás, con un sólido 3-1 apenas empañado por un error de la zaga, en las postrimerías. Del viaje en autobús no recuerdo más, probablemente me dormí, hasta que, ya en El Paraíso y rumbo a casa de una tía, me acerqué a un tipo al que parecía darle igual la actualidad futbolera mientras lavaba con resignación un taxi “patas blancas”, cuya radio ya daba cuenta de la culminación de la cadena. Quise entonces confirmar lo obvio.

Gana Italia 2 a 1, chamo. ¿Cómo? ¿Por cuál minuto van? pregunté. Están en el segundo tiempo, respondió. No puede ser, me decía una y otra vez, mientras aceleraba el paso a fin de corroborar la incómoda noticia en la radio de mi tía (porque en su televisor sintonizaban otra cosa). Pero también me animaba el hecho de que los grandes equipos se levantan y superan la adversidad. Y hasta entonces, el once dirigido por Tele Santana era uno de ellos. Así que llegué a la casa, sintoncé la emisora y, efectivamente, Brasil había logrado el empate, pero Paolo Rossi adelantó de nuevo a su equipo con su tercer gol de la tarde. A escasos minutos del final, Toninho Cerezo dirigió un violento cabezazo que Dino Zoff detuvo a milímetros de la raya de gol, ahogando el grito del narrador y de millones de brasileños, venezolanos y demás deudos de la canarinha. Para muchos, este extraordinario partido, como pudimos disfrutar en infinidad de reposiciones, marcó no sólo la salida de Brasil de la copa mundial 1982, sino también el ocaso definitivo del jogo bonito.

¿Qué vino después? Aparte de la apoteosis italiana como nueva campeona del mundo, luego de vencer a Alemania en el Santiago Bernabeu –y con más goles de Paolo Rossi–, esquemas futbolísticos como el brasileño, el argentino, el holandés, el inglés, el francés o el mismo alemán, que privilegian el ataque en desmedro de la defensa y en los setenta ya dejaban entrever su fragilidad, comenzaron a adaptarse a la eficacia que la especulación y el catenaccio pusieron en evidencia para darle a Italia su tercer título y el primero en 44 años. La delantera empezó a plantearse como un arte reducido a una élite que, con algunas excepciones, empezamos a llamar “cazagüires”, entendidos como goleadores de gran vocación e ideas elementales frente al arco. Mientras, la zaga se fortalecía con la práctica del contragolpe, lo que se traducía en resultados de bajas y cerradas anotaciones, sobre todo cuando de selecciones nacionales se trataba. Por otro lado, era desolador comprobar en nuestras caimaneras y campeonatos universitarios cómo el “método” de moda era practicado hasta sus últimas consecuencias, olvidándonos del fútbol vistoso que parecía haber pérdido la fórmula para ganar los torneos, en última instancia, el objetivo de cualquier divisa deportiva.

Como cabía esperar, mi animadversión hacia la Squadra Azurra y todo lo que representaba creció hasta niveles insospechados. Con todo y la promiscuidad que caracteriza mis preferencias futbolísticas –nunca olvidaré que Brasil impactó mi vida y la de muchos que iniciamos nuestra vida futbolística con la primera transmisión en vivo y directo de una copa mundial, en México 1970, pero al pasar los años la admiración se ha extendido a Holanda, Argentina, Portugal y la Colombia del “Pibe” Valderrama–, me hice más contra de Italia que nunca. Con el perdón de los tifosi, ese estilo que ni siquiera es asumido por los grandes clubes italianos, plenos de jugadores extranjeros –como la Juve, el A.C. Milan y el Inter–, y que se defiende como virgen histérica ante el destino sin trabas contrasta notoriamente con lo que constituye la esencia del deporte: nada menos que hacer goles. Continuando con el símil: la mancillación del arco contrario.

Al triunfo de la oncena de Enzo Bearzot, siguió un largo período de contrariedades para los azzurri, con excepción de la Italia del “Totò” Schilacci en 1990, cuando obtuvieron el tercer lugar en casa, y, por supuesto, del tetracampeonato obtenido en Alemania 2006: no en balde ambas escuadras han sido las más "ofensivas" de la historia azul, pero aun así ningún italiano ha logrado ubicarse en la lista de los mejores goleadores con más de diez tantos en mundiales, encabezada por Ronaldo. (Por cierto, llama la atención que el lapso de 24 años [1982-2006] entre los últimos títulos italianos es el mismo que trascurrió entre las dos Series del Caribe ganadas por los Leones del Caracas, así como el que separa las últimas Series Mundiales en el palmarés de los Cardenales de San Luis. Caracas-Cardinals-Catenaccio. ¿Qué significa? ¿esperar a 2030?) Del resto cabe destacar las cuatro copas consecutivas en que la Squadra quedó fuera del certamen por penales o tiempo extra, desde la misma 1990. Asimismo, Italia posee el dudoso honor de ser la única selección presente en el par de ocasiones en que la final de copa ha debido dilucidarse desde el punto de tiro penal. En descargo de los peninsulares, podría afirmarse con Ángel Alayón que “sólo aquellos que tienen el valor de cobrar un penalti, pueden fallarlo”. Perogrullada y cursilería aparte, creo que no es casual que Roberto Baggio, jugador insigne pero también arte y parte de la aburrida marca de fábrica azzurra, haya terminado como emblema del fracaso en el cobro de penales, por encima de casos como el del alemán Uli Hoeness en la Eurocopa de 1976.

En todo caso, más allá del rotundo mentís que la victoria mundialista de España en Suráfrica representa ante las técnicas especulativas en el fútbol, la cálida afición italiana tendrá desde este fin de semana la ocasión de sacudirse el desencanto producto de la infausta performance de su selección, con una nueva edición del Calcio en la cual el Inter pretende alargar la racha de cinco scudettos en fila. Mientras, la Eurocopa de 2012, a celebrarse de forma conjunta entre Polonia y Ucrania, espera (o mejor dicho, los tifosi) por el renacer italiano. De igual manera, la mesa estará servida en 2014 con el anfitrión brasileño que, ante su torcida y con cuatro años de reflexión, veo muy difícil que vaya a pelar ese boche.

2 comentarios:

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  2. El mundial del 94 fue el primero que recuerdo a conciencia. Yo diría que hay una alternancia de ciclos interesantes en la selección de Brasil, porque es una selección grande que sabe ganar y perder como las pequeñas, aunque en casa se les haya ido la mano con lo segundo. Italia, como selección de fútbol, nunca ha movido mi simpatía, no sé si por su catenaccio, pero sí sé que quería que destronara a España en 2012, en buena medida porque estoy harto de la "jaladera" con los españoles, a los que desde 2008 veo como los grandes Juan Peña del fútbol. Excelente crónica, don José.

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