Una actriz porno caraqueña firma en el MoMA de Nueva York un manifiesto de adicción incondicional al equipo de beisbol más popular de Venezuela. Un tributo a la única novela de Bob Dylan se consuma en el título de un blog. Una observación al legado de Miles Davis intenta soportar tanto los embates de la psicodelia como los de la anarquía del siglo veintiuno. De allí las lecturas, filmes y encuentros que exprimen restos de utopías, peliagudas como un hijo.
martes, 21 de diciembre de 2010
Yo me muero por ese tipo
El mediodía nos concentró en intervenciones en el Congreso. David Morales Bello, Aristóbulo Iztúriz (a quien vi en la tele) y Rafael Caldera. Pero al culminar mi jornada, los comentarios que más suenan en la calle se ubican en palabras provenientes de otro recinto. Mediático también, aunque lejos del palacio legislativo. Al llegar a mi apartamento, la novia de mi compañero quiere montar un afiche de “ese tipo”. ¿Cuál tipo? El que se rindió, quien acaba de declarar. Para un descreído impenitente como yo, el que tu hermano te despierte en plena madrugada para comunicarte: “¡Tumbaron a Pérez!” sólo podía obtener como respuesta: “¡Qué bolas!” No porque comulgara con el régimen del Gocho, sino porque no pensaba que los militares se atrevieran a tanto. Al igual que mucha gente, no los creía capaces. A pesar del pitazo que recibí, meses atrás, por parte de un civil involucrado con el MBR-200, quien me citó para sumarme al movimiento. La cuestión es que mis tendencias preanarquistas me inhiben de simpatizar con un esquema castrense, ya se trate de su visión del poder o de la desfachatez con que más de uno exhibe su panza bajo las charreteras. Monopolio de la violencia, firrrrrr.
Pero muchos de mis coterráneos piensan distinto. No hay nada como darle un palazo a la lámpara, es lo que siempre han dicho, no sólo para justificar a Pérez Jiménez, sino también a Franco, a Pinochet y a Perón, entre muchos otros. En Venezuela: el Porteñazo y el Carupanazo, dos secuelas del maridaje de la extrema izquierda con las balas del Ejército (porque todo se reduce a eso: a las armas). Cómo les gusta una gorra a algunos buhoneros que conozco, así como a profesores, diyéis y reinas de belleza, como aquella hija de un alto oficial que confesó a Nelson Hippolyte su amor por la música de Shakespeare. O como la historiadora que lamentaba el fracaso de "un hijo del pueblo, como siempre”, en nada menos que un alzamiento militar. Para la inmensa mayoría de venezolanos, la intentona matutina fue nuestra primera experiencia al respecto y el ambiente que siguió no fue de celebración, pero tampoco nadie salió, excepto y obviamente la milicia fiel, en defensa de la “Constitución”. Por eso, cuando el jefe golpista pide a sus aliados que depongan su actitud en un brevísimo discurso –signo inequívoco de la derrota que lo llevará a la cárcel de Yare, antes de ser sobreseído dentro de unos años–, no sólo convenció a medio país de ser el "primero" en asumir su responsabilidad. Además, con ello logró que muchos reconocieran en él al mesías prometido en el imaginario épico-militar-bolivariano, y para ellos su frase más famosa no fue sino el preámbulo al beso más anestesiante con que alguna vez los hayan seducido. Beso que me fue ajeno porque, más allá de mi animadversión, no vi la transmisión en directo.
El video de la rendición es harto conocido, y con todo me sigue pareciendo la mejor pieza oratoria del teniente coronel. Sucinto, conciso y “macizo”, como dirían por ahí. Pero al cabo de doce años de cansancio y luego de que tanto la chica del “afiche” como su familia pasaran a engrosar la larga lista de excluidos de Pdvsa –su novio, convertido en esposo, participó en el paro de 2002–, creo que también puedo seguir jactándome de haber sido el último en conocer la capitulación televisada. La imagen de la ahora madre de dos adolescentes me lleva a recordar una cuña de la Fundación Daniela Chappard, en donde una joven se refiere al hombre que conoció en una discoteca y a quien va asociando paulatinamente con el contagio de sida, al lado de un singular juego de palabras. Asimismo, no puedo olvidar el debut actoral de Courtney Love en el biopic de Milos Forman sobre Larry Flint, en el que la actual "conquista" del Comandante escenifica a la mujer del dueño y director de Hustler, devenida también en víctima del síndrome. Sin lugar a dudas, por ahora, mi amiga está muriéndose por ese tipo.
miércoles, 1 de diciembre de 2010
Chatarritas (V)/ Puente sobre el río San Julián

a Charles Bukowski
La lluvia embellecía sueños y aligeraba
los senderos infinitos del Ávila
a donde llegábamos en cada llamado de las nubes
sin importar los grises al ras del barranco,
a los que nos asomábamos borrachos de frío.
Cabía siempre debatir entre si
la montaña unía o separaba a Caracas del mar
sobre todo al mirar
desde la cima del hotel Humboldt.
Pero la lluvia no cesaba de empapar amantes
a la puerta de la fiesta
o turistas comiendo heladitos en Uria
o bailadores de San Juan
discutiendo con caraqueños
por el buche de ron o cañaclara
o bañistas desde playa Pantaleta hasta Los Cocos
que luego de la espuma salada
aceptaban piropos desafiantes a las novias
al abordar el rigor de regreso.
Una y otra vez un aguacero
movilizó graduandos desde los jardines
de la Universidad hasta la biblioteca
en más de un acto fallido.
Pero el perfil de una geografía melosa
nunca olvidó regalarnos poses impecables,
sobre todo cuando la tempestad
nos negaba la luna a la orilla del Atlántico
o cuando los cauces reclamaban
los manantiales olvidados
en las brumas del pico Naiguatá.
Agua capciosa
En la quebrada de Camurí aprendí a sacudir
bluyines contra las piedras lisas
convites de caricias
mientras la lluvia tomaba su ración de descanso.
Y cuando ella volvía
Titico no olvidaba bañarse desnudo
hasta la versión eléctrica
que nos obligaba a encerrarnos
en medio de Saga y Willie Colón
y los cachitos pa´huelé.
El barro conocía el Castillete de Reverón,
el Psiquiátrico de Anare y la Heladería Tomaselli.
Cerca desviaba el puente sobre San Julián
y una vez casi nos desborda
en uno de sus arranques
culpable de una caminata de diez kilómetros
y cinco días incomunicados.
La lluvia no me impidió descubrir la Enciclopedia Británica,
a Max Weber y la lectura veloz de Antonio Blay
en los insobornables mesones del campus
llenos de charlatanes y censura.
Sobraron oportunidades para resbalar en la vía hacia Galipán
mientras buscábamos las ruinas del doctor Kanoch
y los vecinos repetían: “Eso ya no existe”.
Pero aún faltaba el gran aullido,
el llanto del Ávila mezclado con sus baqueanos,
lamentos seniles, endechas de violadores y saqueadores,
la caída de todos los muros
y guijarros de tres pisos arrojados a 150 por hora
contra la Gata Borracha, Salsipuedes y el Hotel Miramar.
Barro de luto
Margaret no puede bailar con sus hijos en Uria,
Carmen vio volar los árboles en Naiguatá,
no encuentro el número de Ylenis
y de Arminda sólo la contestadora.
El alma mater yace bajo incertidumbres de lodo
que recobraron una fisonomía perdida
junto a nostalgias de tormentas
incapaces de arrasar
con el grupo de teatro Grieta,
el centro excursionista Huayra
(transmutado por el cine en Catia),
los discursos de graduación que intentaron
arrancar liendres
y el musgo para darle el aire cool al pesebre
del Centro de Estudiantes.
Mucho antes de mirarme en el listado de admisión
ya no era virgen
y admitía que las playas de Vargas
sólo despuntaban como reliquias vanas de weekend.
Pero más allá de un título y la lucidez
que sólo brinda el salitre por las tardes
un hombre afloró desde un fango de vivencias
moldeado por aguaceros que levantaron
quebradas hasta los tuétanos
en busca de inocencia
(hasta cuándo)
quizás a los ojos de Isabel en Macondo.
Ésta no es agua de luna
Ella apareció una semana después
J. M. Guilarte, de "El barbero loco" en Voces nuevas 2003-2004, Fundación Celarg: Caracas, 2004.