viernes, 1 de octubre de 2010

Chatarritas (II)/ Pornoteca nacional: Los primeros viernes


a Salvador Fleján

Dentro de la nueva Cinemateca Nacional, actualmente se exhibe un ciclo fílmico que sus organizadores han dado en denominar Los primeros viernes, enunciado que, además de originarse en la costumbre devocional –la cual, hasta donde tengo entendido, hace mucho que feneció–, a la vez designa una serie de películas porno. Como cabía esperar, hasta ahora sus funciones han dado bastante de que hablar, sobre todo una reciente, dedicada a la diva italiana conocida como Cicciolina. En lo que a mí respecta, como otrora habitué del teatro Urdaneta, quizás ni siquiera este acontecimiento merecería mi mayor atención. Sin embargo, ciertas reminiscencias bullen por hacerle frente a los comentarios surgidos de entre la fauna de la plaza Morelos y sus alrededores, algunos de los cuales han “pecado” de un conservadurismo insólito, en pleno 1992: recuerdo, por ejemplo, cuando estudiaba en la sede de la USB en Camurí Grande, al grupo de excursionismo Huayra inaugurando la proyección de una serie de este corte, con la idea de que los universitarios opusiéramos nuestros criterios y lográsemos abarcar el fenómeno con otros ojos, distintos al del voyeur “inocente”. Tarea interesante, por demás, la cual atrajo una multitud desbordante de inquietud y de féminas (hasta ésta de la Cinemateca, nunca creí volver a encontrar tantas mujeres juntas en una porno-función), ansiosa por compartir neurosis y traumas en una tarde de confesiones inauditas. Desde aquellos que han tomado la pornografía como semilla de nuevas técnicas (y qué de técnicas) amatorias, hasta las indignadas chicas renuentes a aceptar que su cuerpo pase a más de ser objeto del morbo exclusivo del novio, del marido o de una ocasión playera. En fin, cuando estábamos en la cuesta de la diatriba, las autoridades vinieron a poner la nota discordante, suspendiendo el ciclo programado (que incluía la presentación de otros tipos del llamado cine erótico, así como la invitación a connotados especialistas) y proscribiendo a la agrupación estudiantil. Así, pues, esa sensación inusual duró sólo unas cuantas horas, barridas en el tiempo por el olvido y la indiferencia de quienes todavía no asumen la cuestión sexual como una especie de sal de la tierra.

Una década después, viene la Cinemateca en un nuevo intento por “santificar” el cine porno, que posiblemente pudiera tener suficiente validez si no fuera sino eso. Pero no. Ya hay quien habla de la “escapada” de intelectuales hacia el recinto de la Galería de Arte Nacional con segundas intenciones: que si la postura política de Ilona Staller, que si las obras de arte que ha inspirado a su esposo Jeff Koons, etcétera. Pero ¿y es que acaso los intelectuales no pueden “vacilarse” una porno por el mero placer de verla? ¿Todavía pensamos que Garganta profunda o Taboo contienen “cochinadas” que sin embargo practicamos cotidianamente? Vale señalar que la industria pornográfica ha sabido escarbar entre las ansias inéditas del ser humano (hay feministas que acotan: las del varón) y mostrarle la posibilidad de escapar, así sea atado a una pantalla, de la represión que ha acudido a todos los medios inimaginables con el fin de asegurar la existencia de tarados sexuales, los cuales pugnan, desde sus hogares, desde los hoteles, desde las salas especializadas, por llenar sus vidas del más mínimo sentido. Y los intelectuales no escapan a esta realidad, así piensen que su presencia en la Cinemateca los libra de cualquier sospecha. Basta con escuchar los afectados susurros que despiertan las escenas de lesbianismo o la contemplación de una vulva magistral para entender que el destape caraqueño no es sino una más de nuestras más elocuentes leyendas urbanas. Como desenmascaradora de mitos, pudiera hablarse de la pornografía, al igual que de la muerte, como una gran niveladora universal: me parece ingenuo, por tanto, hacernos ver que nuestros amigos intelectuales son diferentes ante el hecho porno. Más bien, es triste darse cuenta de que el chance de llevar a la amiga culturosa a la pornoteca se convierte en harakiri al comprobar que la niña, por muy bien dotada que esté, se encuentra a miles de años-luz no sólo de la propia Cicciolina sino también de una Vanessa del Río o de una Seka –entre otras gigantes del medio– en lo que a maestría del sexo se refiere.

Pareciera que la idea del cineforo es bastante adecuada para el tratamiento de la cuestión erótica así como para darle un acabado de lujo al renovado rostro de la Cinemateca que, en un afán válido de obtener mayores ingresos, incrementó el número de funciones pero nos dejó sin la oportunidad de discutirlas (así fuera bajo la eterna moderación de Perán Erminy), tal y como fue su marca de fábrica en el pasado. Pienso que un retorno al cineforo haría de la Cinemateca Nacional una alternativa única en materia de filmografía erótica, le daría un mayor sentido de responsabilidad a esta controversia y permitiría a la iniciativa del grupo Huayra tener finalmente eco en la comunidad, intelectual o no. Sin un apoyo de este tipo, veo muy difícil que Los primeros viernes se sostengan como alternativa cinéfila, además ante la presencia inocultable del Urdaneta y del Central, templos indiscutibles del género, en donde no se pierde el tiempo en buscar la quintaesencia del fenómeno, sino simplemente en vivirlo.

Letras, Caracas, 1992
Imagen Nº 2: Jeff Koons, "Ilona on top" (1990).

miércoles, 29 de septiembre de 2010

La ciudad como personaje (I)


por Olga de la Fuente

Hay ocasiones en las que la geografía de una película es mucho más que un mero escenario para contar una historia. Desde que Fritz Lang –quien fue arquitecto antes que cineasta– usara la luz para enfatizar la sensación del espacio arquitectónico en una sociedad totalitaria del futuro en Metropolis (1926), los artistas se han encargado de retratar y reinventar las ciudades, de contarnos sus historias y recorrer sus calles por nosotros.

Basta hablar de dos ciudades (o dos islas) y los directores que se han encargado de inmortalizarlas en la memoria colectiva: la Nueva York de Woody Allen y el Hong Kong de Wong Kar Wai. Se trata de dos miradas con más elementos en común de lo que a simple vista parece. Para estos dos creadores, su ciudad es el pretexto para situar una historia; para recrear un lugar cargado de tintes autobiográficos, donde la trama es parte de la ciudad y la ciudad es la trama.


Woody Allen y Nueva York


Para Woody Allen, la isla de Manhattan es una postal de rascacielos, puentes al amanecer y caminatas nocturnas. Manhattan es un emblema. Es una ciudad romanceada, adorada y poderosa. Es la ciudad como a él le gustaría que fuera: íntima, romántica y sofisticada.

Es una ciudad en blanco y negro –por su carácter nostálgico– como nos mostró en Manhattan (1979), una carta abierta de amor a la ciudad que le valió dos nominaciones al Oscar; o en Broadway Danny Rose (1984), su homenaje a las épocas perdidas de Broadway, de los comediantes y sus agentes, los jugadores y las showgirls. El Times Square de Woody Allen huele a pastrami y a humo de puro. No es casualidad que el Carnegie Deli, inmortalizado por el propio director, ofrezca un sándwich con su nombre.

El Central Park de Woody Allen huele a otoño, a veces a invierno. Los rostros de los personajes brillan con el sol de la tarde, en especial los de las mujeres. Es un lugar de proposiciones matrimoniales, paseos en carreta y discusiones sobre Schopenhauer.

Allen nos enseña la ciudad a través de tomas largas, en las que los personajes apenas se ven o salen de cuadro. Sólo queda la imagen del espacio, mientras se escuchan las voces de los protagonistas exhibiendo sus neurosis. Es la ciudad del pavimento; de los delis abiertos 24 horas, con neoyorquinos discutiendo en voz alta e interrumpiéndose a gritos; de los cabarets tocando clásicos de Cole Porter; de las viejas salas de cine exhibiendo películas de Chaplin, los hermanos Marx; de las galerías de arte moderno; y de los restaurantes, porque no existe un neoyorquino que coma en su casa.

Los departamentos son sobrios, con estantes rebosantes de libros, y vistas magníficas de los rascacielos. Sus interiores sirven como el escenario para organizar reuniones apretadas, discutir temas existenciales, ver partidos de los Knicks y tener sexo –de preferencia con un amante prohibido.

La ciudad está habitada por artistas afligidos, pseudointelectuales, madres judías, neuróticos, profesores ególatras, jóvenes atormentadas y psiquiatras freudianos que atienden a todos los anteriores. Y es que en ningún otro lugar podría existir esta amalgama de personajes. El director lo deja claro. Incluso en sus películas filmadas fuera de su ciudad –ya sea por falta de presupuesto o por requerimientos del guión– Nueva York es un personaje. En Londres, en Barcelona, en París, en el infierno, y hasta adentro de un cerebro humano, la ciudad que nunca duerme se hace presente. Hasta el diablo, interpretado por Billy Crystal en Deconstructing Harry (1997), es un neoyorquino hecho y derecho. El personaje vive feliz en el Infierno –pese al calor–, ama su independencia y afirma que no podría vivir en ningún otro lugar.

El Nueva York de los atlas es enorme. No así el de Woody Allen. El director marca sus propios límites: al norte, por la calle 96 –donde empieza Harlem–, y al sur, por Chinatown. Nunca llega a Wall Street. Brooklyn aparece muy de vez en cuando, como en aquel flashback desproporcionado en el que Alvy Singer (Annie Hall, 1977) explica el origen de sus nervios: el niño vivía exactamente debajo de una montaña rusa. Los personajes rara vez sienten la necesidad de salir de la isla. Para el cineasta –y para la mayoría de los neoyorquinos– la ciudad es el centro y origen de todo: del arte, de los negocios, de la delincuencia y de los pordioseros. ¿Su Némesis? Los Ángeles, un lugar donde la gente no se esfuerza en caminar y cuya “única ventaja cultural es que puedes darte vuelta a la derecha cuando el semáforo está en rojo”. Una ciudad sin crimen y sin nieve, una ciudad de “arquitectura inconsistente”, que tiene la costumbre de “convertir su basura en programas de televisión” (Annie Hall).

Hay un barrio para cada personaje. El Upper East Side es donde vive el “Woody Allen” de Woody Allen. Es donde sus personajes se enamoran. Es ahí donde está el departamento de Annie Hall y el Café Carlyle. Del otro lado del parque, en el Upper West Side viven los pseudointelectuales y las familias. Chinatown es un barrio místico, de edificios rancios y apretados, donde los personajes buscan remedios mágicos a sus problemas amorosos y angustias innecesarias. Es también, donde los más atrevidos se van a vivir, como Mia Farrow en Alice (1990) o el personaje de Larry David en Whatever Works (2009).

En la ciudad de Woody Allen se escucha la orquesta de Benny Goodman, el saxofón de Glenn Miller, el score de Gershwin y la voz rasposa de Louis Armstrong. Woody Allen recrea su ciudad desde la nostalgia. Para él, su ciudad “es una metáfora de la decadencia de la sociedad contemporánea" (Manhattan). Nueva York es la isla donde están contenidas las memorias de cómo él quisiera que su ciudad se recuerde. Ciudad idealizada, engrandecida y sinónimo de un paraíso perdido que quizás nunca existió.



El Blog de Cine de Letras Libres, 29-9-10
www.letraslibres.com

domingo, 26 de septiembre de 2010

Eterno es el jilguero


por Joaquín Marta Sosa



















Mi primera seguridad es ésta:

los pájaros no mueren

Vuelan eternamente a lo largo de su vida,

interminable

Pero allí me lo encontré, pecho blanco

alas grises y listadas,

ojos tan abiertos como el cielo, mudos

como mi temblor confuso,

las patas, pequeñísimas, encogidas

en el intento de atrapar lo que se escapa

irremediable


Todavía aguardaba lejos mi posguerra

y muchos años tardaría

en el envejecimiento sutil, asordinado,

de la vida

que va dejando a salvo de todo el archipiélago

una isla sola,

la del recuerdo con sus culpas


Aquel muerto minúsculo pedía salvación

de los gatos hambrientos que poblaban

la sombra de los árboles,

y con parsimonia y miedo fúnebres

quedó alojado en la mínima cueva de una piedra:

día tras día mi visita, respetuosa,

preguntando por su resurrección,

retirando la piedra

para que se atreviera a renacer


La guerra ha terminado, ya lo sé,

y esta posguerra que me es propia

abre las aguas que me llevarán corriente abajo

para encontrarlo a él, resucitado

y a salvo de las hormigas gordas y voraces

que no dejaron ni una miga suya

en apenas medio día:


Ya entonces preferí la cortante dentellada

del felino honrado y fulgurante

a esa lenta degradación

de las hormigas siniestras y pequeñas, engañosas,

que agredieron su interior

desmenuzando con gula de asaltante

su cuerpo ya sin aire:

para cuando entendí de aquel suceso

estaba ya limpia la piedra,

apenas con la breve hilacha de una pluma


Ignoro si la vejez se nos descubre

cuando todas las guerras terminaron

porque ya en ninguna nos esperan

o si es esta revelación

de hormigas insidiosas

que han ido acabando contigo

en la oscuridad de una cueva

prolongada por el mar,

donde te has ido protegiendo,

piedra a piedra,

para ponerte a salvo

cuando, un día cualquiera,

por ti viene el jilguero

pues la eternidad tuya y la de él está en otro lugar

y es ahora cuando vienes a saberlo


Cada pájaro te muestra lo fácil que es morir:

de otra manera ¿para qué su muerte?



Joaquín Marta Sosa, Campanas de Nogueira. Editorial Equinoccio, Colección Papiros: Caracas 2010. Foto: Mauricio López E.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Jimi Hendrix, la invención del fuego


Este homenaje comenzó a gestarse hace unos cuantos años, a la salida del Celarg. Específicamente, tomó forma en un par de ojos. Acabábamos de ver el archiconocido video The Monterey Pop Festival, y entre algunas de sus imágenes rescatábamos el maratónico cierre de Ravi Shankar, el ímpetu de Otis Redding y, sobre todo, la cara estupefacta de Mama Cass (vocalista de The Mamas and The Papas), mientras escuchaba la interpretación de "Ball and chain" por parte de Janis Joplin. Esa misma expresión se dibujaba en el rostro de Anna María Zía (instructora de inglés y caro ejemplo de la gorda bella, como el de Mama Cass pero con cintura, aparte de bella en verdad) para abordar la actuación de Jimi Hendrix, quien en medio de la gran rivalidad con The Who escenificó quizá su más famosa quema de guitarra. "Todo un acto de amor", sentenció la profe, con el añadido de sus ojos, probablemente reflejos del fuego psicodélico que ha orientado mis andanzas desde el vinilo de Smash Hits, primer disco de la estrella en mis manos, hasta el álbum Valleys of Neptune, lanzado en marzo pasado.

Años más tarde, en la revista Gadfly On Line, especializada en interesantes temas sobre arte y cultura pop, descubrí una reseña del talentosísimo Al Kooper -fundador y genio de Blood, Sweat & Tears, entre otros logros- sobre la salida al mercado del paquete The Jimi Hendrix Experience, contentivo de cuatro discos y un libro publicados en 2000, la cual decidí traducir para un día como hoy, a cuatro décadas de la muerte de Hendrix y con la duda razonable rondando aún en los laboratorios de teoría de la conspiración: junto con la acusación de negligencia médica en la ambulancia que lo llevó hacia el hospital donde aguardaba, en atenta vigilia, un séquito integrado entre otros por los vernáculos hermanos Spiteri, luego del ahogo en vómito producto de una sobredosis con pastillas y alcohol (versión hasta ahora oficial), un libro del roadie James "Tappy" Wright (Rock Roadie, 2009) añade una supuesta confesión por parte de Mike Jeffery, representante artístico de Hendrix, quien le habría suministrado la mezcla letal para cobrar una jugosa póliza de seguros de la cual era beneficiario, luego de que el artista le anunciara su despido. Jeffery murió dos años después, pero su asistente Trixie Sullivan adujo una coartada española (Jimi murió en Londres, el 18 de septiembre de 1970).

No podía faltar el testimonio audiovisual: una presentación de The Jimi Hendrix Experience en la televisión británica ("Hey Joe" y el cover de Cream "Sunshine of Your Love") que contó con la cantante Lulu como anfitriona, y un emotivo collage de imágenes con el fondo de "Bold as Love" -donde lamentablemente faltan los últimos segundos pero suficiente para incluir un variado compendio de imágenes y videos, cual recorrido previo al último suspiro-, en una versión (take) alternativa e inédita para entonces, perteneciente a la antología (que no debe confundirse con la reciente West Coast Seattle Boy, de características similares) descrita en el texto a continuación.




The Jimi Hendrix Experience
[Título original: The Jimi Hendrix Experience]

por Al Kooper

Jimi Hendrix incorporó a nuestras vidas el fuego de una supernova, originada en el agujero negro de algún universo desconocido. No se trataba de otro Elvis ni mucho menos de otro Beatle, pero lo cierto era que todo lo que giraba alrededor de Hendrix parecía de otro mundo. Su comprensión de los sonidos y de cómo su relación con la música podía potenciarse a niveles insospechados no tenía parangón. Hendrix fue capaz de convertir el lenguaje no verbal en ráfagas que se retroalimentaban, como emulaciones de la guerra; sus notas elegantes y únicas constituyeron un fiel reflejo de la época que le fue dado vivir. Antes de que su genio alcanzara la madurez (murió a los 27 años), dejó notorios destellos del cometa que vemos sólo una vez en la vida. Un auténtico extranjero para su tiempo, cuya inmortalidad algunos han tratado inútilmente de minimizar.

Actualmente se gesta una gran expectativa alrededor de Jimi Hendrix, el ícono. La apertura de The Experience Foundation Museum en Seattle (o como quiera llamársele[1]), los eventos en torno al trigésimo aniversario de su muerte (18 de septiembre de 2000), las versiones remasterizadas del catálogo y los ridículos maratones de VH-1 con la lista de los presuntos mejores 50 o 100 guitarristas forman parte del momento ideal para el lanzamiento de un paquete de lujo como éste: The Jimi Hendrix Experience, una caja con cuatro CD y 56 temas, 40 de ellos inéditos (si no se toman en cuenta los publicados anteriormente en formato pirata, además de los títulos repetidos dentro de la misma serie), piezas alternativas como el take 18 de “Foxy Lady”, temas nunca oídos (a título póstumo, tanto jams como básicos) y mixes alternativos (gime me a break!), desplegados a lo largo de los cuatro compactos. El paquete completo está contenido en una caja púrpura cachemira (lo más probable es que no quepa en un estante tradicional de discos) e incluye el libro de rigeur, con hermoso diseño y un total de 80 páginas.

Bueno, aparte del hecho de que Universal Records nunca me contratará como asesor publicitario, sin duda cualquiera supondrá que el pesado set no ha dejado satisfecho a quien escribe. No podemos esperar que nuestros ídolos prematuramente fallecidos nos dejen un legado artístico en su totalidad bajo el cuidado de una discográfica rapaz (ver “Buckley, Jeff”[2]). Originalmente, Reprise Records tuvo bajo su responsabilidad el catálogo de Hendrix en Estados Unidos durante su vida y varios años después de su muerte. Pero, a principios de los setenta, el reclamo del productor independiente Alan Douglas, quien adujo derechos sobre un lote de jams inéditos de Jimi, provocó una agria disputa legal con sus familiares. Luego de muchos años y querellas, el panorama logró aclararse mas no para Reprise, que salió con las manos vacías.

Entonces aparece Universal (antes MCA), haciendo borrón y cuenta nueva, así como escaso énfasis en campañas publicitarias, como las que hizo Reprise tres décadas atrás. Sin embargo, la presentación en cajas de terciopelo con su libro respectivo está rematándose [3] al precio de 69,99 dólares. Este año, Reprise Records probablemente gaste cuatro veces más en la promoción del sencillo conjunto entre Eric Clapton y B. B. King que Universal en la que se supone una monumental recopilación de Hendrix.

Entonces, ¿que ganarás con este disco, obtenido con el sudor de tu frente? Precisemos. De buenas a primeras, alrededor de un tercio del material fue grabado en vivo, y algunas piezas provienen de performances -con defectos de sonido- en los festivales de Monterrey, Rainbow Bridge e isla de Wight. Muchas de las selecciones se repiten en varias versiones: se recogen dos en cada una de “Purple Haze”, “Hey Joe”, “Burning of the Midnight Lamp”, “Little Wing”, “In From the Storm” y “Room Full of Mirrors”. Muchos de esos cortes han circulado ampliamente como grabaciones piratas durante años. Otros han aparecido como parte de videos en concierto. En realidad, ésta no es la clase de regalo que uno daría a cualquier die-hard fan de Hendrix, que haya tenido que abrirse camino entre un montón de melodías disponibles para llegar a los pocos tesoros que él/ella posee.

Por otro lado, ¿que sabemos acerca del libro? Desafortunadamente, los comentaristas Dave Marsh y John McDermott caen en más de un lugarcomún. Por ejemplo, leemos que “If 6 was 9” representó otro audaz y creativo salto hacia adelante para Jimi y que “Foxy Lady” fue uno de sus temas más provocadores. Y mi favorita: “Sobre todo, estas grabaciones de Hendrix, particularmente con lo que [el ingeniero Eddie] Kramer ha sido capaz de incorporar usando la tecnología actual, son de tan alta calidad como la de todas que cualquiera escuchó en los sesenta”. Bien…, yeah. (¿Y lo que Sam Phillips hizo con Elvis en los cincuenta sin usar la tecnología actual?) Vaya clase de notas, suscritas por dos de los más enterados y orientadores críticos de rock, además de hendrixófilos empedernidos. Sin embargo, el mismo libro nos pasea por una serie de raras y hermosas fotos, muchas de ellas desconocidas para mí.

Si usted no posee los discos piratas, si puede disfrutar dos versiones de un surtido de canciones bajo el mismo techo, y si no es un excelso coleccionista pero quiere mantenerse a la par de sus vecinos, entonces bájese con los 69,99 dólares. (Al menos el paquete no está empañado con temas de Curtis Knight [4], algo por lo que podemos estar agradecidos.) Después de todo, ¿quién realmente no aprecia lo que es Jimi Hendrix?

No ha habido otro como él, ni ningún otro guitarrista que desde entonces se haya aproximado a las innovaciones provenientes de su caja de herramientas sensoriales y sonoras. Pero el material de primera línea que Hendrix dejó en su discografía apenas excede los tres primeros álbumes producidos en su totalidad por Reprise, además del elepé Band of Gypsys (original de Capitol). Si pensamos un poco, quizá debiéramos ignorar esta caja de The Jimi Hendrix Experience y así negarnos a premiar a sus responsables (o crypt keepers). Ellos han exhumado los huesos de una obra cuyo lanzamiento fue más apropiado como producto pirata, y aquí gritan su venta en atractivos empaques. Créanme, los que perpetraron este paquete are "experienced" [5] -mas no a la manera de Jimi- pero están obligados y determinados a ondear muy en alto su caja púrpura cachemira, en este período fiscal.

(Traducción de J. M. Guilarte)
gadflyonline.com, enero-febrero de 2001




[Notas del traductor]

[1] Actualmente se denomina Experience Music Project, que junto con el Science Fiction Museum and Hall of Fame ocupa un edificio de tendencia vanguardista en Seattle, diseñado por Frank Gehry en honor al legado de Jimi Hendrix.
[2] Jeff Buckley (1966-1997), cantautor y guitarrista estadounidense de gran reputación por la factura de su voz e influencia dentro de su generación, ahogado en el río Wolf de la ciudad de Memphis, bajo extrañas circunstancias y en la cúspide de la fama.
[3] Las cursivas son mías.
[4] Curtis Knight and The Squires, banda en la que Hendrix tocó durante 1965.
[5] En referencia al álbum Are you experienced, con el que The Experience debutó en 1966.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Diastema girl (I)/ Madonna: "To rule the world"


La etimología griega de diastema nos instala en el intervalo o la distancia. De un lado, en el espacio entre dos dientes, que suele ser pequeño y referirse al existente entre el par de frontales del área maxilar superior. De otro, en la misma zona interpretada como alejamiento en medio de los incisivos centrales superiores, lo que conlleva reacciones en el observador, tradicionalmente incómodas. A lo que se suma la actitud del portador, objeto de un malestar mucho peor, donde poco importa si la causa estuvo en la caída de los dientes de leche, en las discrepancias en el tamaño o en la falta de dientes vecinos, o en la presencia de un frenillo labial demasiado grande, sin olvidar la ocurrencia de problemas de alineación oral: dientes salidos o sobremordida horizontal.

Cuando el titular de las "paletas" acuda a la ortodoncia, se moverán los dientes y se cerrará el diastema, aunque otra opción podría utilizar carillas o piezas muy delgadas de porcelana adheridas a la parte externa de los dientes, o también, si es adulto, colocar una corona y puente dental o implantes sustitutivos. Para el caso del frenillo labial demasiado grande, puede que sea referido a un periodoncista para una consulta oral y un procedimiento quirúrgico llamado frenectomía: ella involucra el corte del frenillo y su posterior reposicionamiento para permitir más flexibilidad. Si la frenectomía se lleva a cabo en un niño, puede que el espacio se cierre por sí solo. Si se trata de un adolescente o un adulto, podría requerir de frenillos dentales para juntar el espacio.

Sin embargo, a Madonna nunca le interesó conjurar la "molestia". Incluso cuando se piensa en la distorsión que el paso de notas musicales -articuladas a través del diastema- supondría en la ejecución final de una voz considerada por algunos como "débil, limitada y masculina", y por otros, al contrario, como "excesivamente chillona o aguda". Pareciera más bien que, tanto en estudio como en directo, Madonna ha podido -gracias además a esmerados profesores y la inefable experiencia- ofrecer performances muy correctas, tanto en limpieza de notas como en versatilidad. Por otro lado, la separación dental jamás restó un ápice a la sensualidad de quien protagonizara Desperately Seeking Susan (1985), señalada como "diosa indolente y pelandusca” por Pauline Kael. Entonces los crucifijos, encajes y videoclips fundacionales constituían el preámbulo a la portada de Like a virgin: el torso vestido de novia, levantado ligeramente en medio del ambiente fotografiado en sepia y, lo más importante, la mirada ambiciosa que haría de Madonna, a partir de ese momento y por los próximos veinticinco años, posiblemente la más grande artista pop de la historia. Ambición no sólo trabajada a pulso desde la dura etapa de finales de los setenta y principios de los ochenta, en la Nueva York de Blondie y, más tarde, Cyndi Lauper, cima del iceberg competitivo. Tampoco únicamente una ambición rubia. Martin Amis escribió que “Sin muchas dotes artísticas, sin gran belleza, Madonna dice a Estados Unidos que la fama se consigue deseándola con la debida intensidad". Y el deseo se materializó en una frase premonitoria.

Cuando a Madonna le preguntan cuál es su sueño, ella responde, con el desparpajo y euforia de aquellos años: "To rule the world". Siempre he pensado que, si el diastema no afectó sus cualidades vocales y más bien contribuyó a resaltar sus atributos físicos, mucho menos logró impedir que la energía de tamaña afirmación la llevara tan lejos como hoy día lo admite un mundo dominado por sus vestuarios, escándalos, opiniones y adopciones, y que continúa plenando los escenarios por doquiera la diva se desplace. Con todo y su espontaneidad, la expresión no parecía garantizar larga vida musical a la fogosa, fresca y adorable chica que, no obstante, empezaba a desarrollar su propuesta artística con mano férrea y a distinguirla, abierta a la innovación constante y al empleo de los recursos más calificados para la consolidación de un emporio digno de todo respeto, incluso para roqueros con pruritos enfermizos -y ortodoncias exitosas-, como el que suscribe este post.

domingo, 29 de agosto de 2010

De la Squadra Azzurra al manual para detractores


alle tifose Graziella Peri, Gabriela Zavatti e Adriana Seguro

5 de julio de 1982. El mundial de fútbol se celebra en España, cuya selección –evidentemente, hablamos de otros tiempos y costumbres– ya está fuera de competencia. La jornada se plantea crucial para el equipo italiano, obligado a ganarle a Brasil para pasar a la semifinal, mientras que al Scratch le basta con un empate (en esta oportunidad, la segunda fase consistió en cuatro liguillas, en lugar de los clásicos octavos y cuartos de final). Pero dije crucial, por no decir imposible. La Azurra había llegado a duras penas a esta instancia, tras una tríada de lastimosos empates en la fase eliminatoria, entre ellos el encuentro con un novel y prometedor Camerún. Por ello la victoria contra Argentina tomó a muchos por sorpresa, aunque en realidad la albiceleste fue también una decepción, con todo y el debut mundialista de Maradona. Pero en la mente de todos, incluso muchos tifosi, no cabía imaginar que la Italia de Paolo Rossi, Scirea, Tardelli y Dino Zoff tuviera algún chance contra esa especie de dream team brasileño, con jugadores como Zico, Falcao, Sócrates, Junior, Eder, Toninho Cerezo y Serginho en su mejor momento. Durante cuatro brillantes partidos, Brasil hizo valer la etiqueta del jogo bonito como hacía tiempo no se veía en una copa mundial, y 13 goles a favor y sólo 3 en contra (pese al endeble desempeño del guardameta Valdir Peres) estaban allí, esperando por el peldaño italiano. Como diría el eximio Carlitos González, se vislumbraba un hombre pegándole a un borracho en el piso, tal cual la final de México 1970.

Por ello no me preocupé mucho cuando, en medio de mi viaje a la Universidad, luego de un fin de semana familiar en Valencia, una cadena presidencial se encargó de recordarnos que la fecha es fiesta patria, y se celebra desde siempre con un desfile en el Paseo Los Próceres (la diferencia horaria con Sevilla, sede de la liguilla, no bastó para eludir la coincidencia). Empero, para mis adentros, y por muy extraño que parezca, la victoria verdeamarela no requería de una transmisión en vivo como marca de su obviedad. Nuevamente, en el trayecto recordé a Carlos González y su frase lapidaria; asimismo las limitaciones del cuarentón Dino Zoff con los disparos de media distancia, como el par de golazos con los que Brasil despachó a la propia Italia en la copa de 1978 para hacerse del tercer lugar, invicto y “campeón moral”, en palabras de Pelé. Además estaba fresca la despedida del campeón argentino por parte del letal Scratch, días atrás, con un sólido 3-1 apenas empañado por un error de la zaga, en las postrimerías. Del viaje en autobús no recuerdo más, probablemente me dormí, hasta que, ya en El Paraíso y rumbo a casa de una tía, me acerqué a un tipo al que parecía darle igual la actualidad futbolera mientras lavaba con resignación un taxi “patas blancas”, cuya radio ya daba cuenta de la culminación de la cadena. Quise entonces confirmar lo obvio.

Gana Italia 2 a 1, chamo. ¿Cómo? ¿Por cuál minuto van? pregunté. Están en el segundo tiempo, respondió. No puede ser, me decía una y otra vez, mientras aceleraba el paso a fin de corroborar la incómoda noticia en la radio de mi tía (porque en su televisor sintonizaban otra cosa). Pero también me animaba el hecho de que los grandes equipos se levantan y superan la adversidad. Y hasta entonces, el once dirigido por Tele Santana era uno de ellos. Así que llegué a la casa, sintoncé la emisora y, efectivamente, Brasil había logrado el empate, pero Paolo Rossi adelantó de nuevo a su equipo con su tercer gol de la tarde. A escasos minutos del final, Toninho Cerezo dirigió un violento cabezazo que Dino Zoff detuvo a milímetros de la raya de gol, ahogando el grito del narrador y de millones de brasileños, venezolanos y demás deudos de la canarinha. Para muchos, este extraordinario partido, como pudimos disfrutar en infinidad de reposiciones, marcó no sólo la salida de Brasil de la copa mundial 1982, sino también el ocaso definitivo del jogo bonito.

¿Qué vino después? Aparte de la apoteosis italiana como nueva campeona del mundo, luego de vencer a Alemania en el Santiago Bernabeu –y con más goles de Paolo Rossi–, esquemas futbolísticos como el brasileño, el argentino, el holandés, el inglés, el francés o el mismo alemán, que privilegian el ataque en desmedro de la defensa y en los setenta ya dejaban entrever su fragilidad, comenzaron a adaptarse a la eficacia que la especulación y el catenaccio pusieron en evidencia para darle a Italia su tercer título y el primero en 44 años. La delantera empezó a plantearse como un arte reducido a una élite que, con algunas excepciones, empezamos a llamar “cazagüires”, entendidos como goleadores de gran vocación e ideas elementales frente al arco. Mientras, la zaga se fortalecía con la práctica del contragolpe, lo que se traducía en resultados de bajas y cerradas anotaciones, sobre todo cuando de selecciones nacionales se trataba. Por otro lado, era desolador comprobar en nuestras caimaneras y campeonatos universitarios cómo el “método” de moda era practicado hasta sus últimas consecuencias, olvidándonos del fútbol vistoso que parecía haber pérdido la fórmula para ganar los torneos, en última instancia, el objetivo de cualquier divisa deportiva.

Como cabía esperar, mi animadversión hacia la Squadra Azurra y todo lo que representaba creció hasta niveles insospechados. Con todo y la promiscuidad que caracteriza mis preferencias futbolísticas –nunca olvidaré que Brasil impactó mi vida y la de muchos que iniciamos nuestra vida futbolística con la primera transmisión en vivo y directo de una copa mundial, en México 1970, pero al pasar los años la admiración se ha extendido a Holanda, Argentina, Portugal y la Colombia del “Pibe” Valderrama–, me hice más contra de Italia que nunca. Con el perdón de los tifosi, ese estilo que ni siquiera es asumido por los grandes clubes italianos, plenos de jugadores extranjeros –como la Juve, el A.C. Milan y el Inter–, y que se defiende como virgen histérica ante el destino sin trabas contrasta notoriamente con lo que constituye la esencia del deporte: nada menos que hacer goles. Continuando con el símil: la mancillación del arco contrario.

Al triunfo de la oncena de Enzo Bearzot, siguió un largo período de contrariedades para los azzurri, con excepción de la Italia del “Totò” Schilacci en 1990, cuando obtuvieron el tercer lugar en casa, y, por supuesto, del tetracampeonato obtenido en Alemania 2006: no en balde ambas escuadras han sido las más "ofensivas" de la historia azul, pero aun así ningún italiano ha logrado ubicarse en la lista de los mejores goleadores con más de diez tantos en mundiales, encabezada por Ronaldo. (Por cierto, llama la atención que el lapso de 24 años [1982-2006] entre los últimos títulos italianos es el mismo que trascurrió entre las dos Series del Caribe ganadas por los Leones del Caracas, así como el que separa las últimas Series Mundiales en el palmarés de los Cardenales de San Luis. Caracas-Cardinals-Catenaccio. ¿Qué significa? ¿esperar a 2030?) Del resto cabe destacar las cuatro copas consecutivas en que la Squadra quedó fuera del certamen por penales o tiempo extra, desde la misma 1990. Asimismo, Italia posee el dudoso honor de ser la única selección presente en el par de ocasiones en que la final de copa ha debido dilucidarse desde el punto de tiro penal. En descargo de los peninsulares, podría afirmarse con Ángel Alayón que “sólo aquellos que tienen el valor de cobrar un penalti, pueden fallarlo”. Perogrullada y cursilería aparte, creo que no es casual que Roberto Baggio, jugador insigne pero también arte y parte de la aburrida marca de fábrica azzurra, haya terminado como emblema del fracaso en el cobro de penales, por encima de casos como el del alemán Uli Hoeness en la Eurocopa de 1976.

En todo caso, más allá del rotundo mentís que la victoria mundialista de España en Suráfrica representa ante las técnicas especulativas en el fútbol, la cálida afición italiana tendrá desde este fin de semana la ocasión de sacudirse el desencanto producto de la infausta performance de su selección, con una nueva edición del Calcio en la cual el Inter pretende alargar la racha de cinco scudettos en fila. Mientras, la Eurocopa de 2012, a celebrarse de forma conjunta entre Polonia y Ucrania, espera (o mejor dicho, los tifosi) por el renacer italiano. De igual manera, la mesa estará servida en 2014 con el anfitrión brasileño que, ante su torcida y con cuatro años de reflexión, veo muy difícil que vaya a pelar ese boche.

lunes, 23 de agosto de 2010

Mark Twain: El profeta rabioso


por Ibsen Martínez

Yo también, como tantos, estuve a punto de sucumbir a la superchería de que Mark Twain era algo así como el Coronel Sanders sin el pollo Kentucky, tal como denuncia Ron Powers, uno de sus mejores biógrafos.

En efecto, la proverbial conspiración de editores mojigatos y deudos gazmoños llegó a convertirlo en un eterno sexagenario paternal, irónico y algo excéntrico; un cascarrabias muy chistoso que sabía contar cuentos del Mississippi. "Lo han fregado y desinfectado desde su muerte -declara Powers- y su apasionamiento estuvo a punto de olvidarse. Pero helo aquí, hablándonos, sin filtrado alguno y lo que nos llega a pesar de todo lo que habíamos perdido de él es, justamente, su feroz e incesante pasión."

Se refiere a la inminente aparición del primero de los tres volúmenes de la autobiografía de Mark Twain, que la editorial de la Universidad de California ha anunciado para el mes de noviembre.

"De la primera a la cuarta edición, toda opinión mía sana y sensata deberá suprimirse", instruyó el escritor muy puntillosamente en 1906. Y justificó su disposición diciendo: "Tal vez haya mercado para ese tipo de mercancía dentro de un siglo. No corre prisa; así que mejor esperar y ver".

Sucesivamente, en 1924, 1940 y 1959, distintas versiones de la autobiografía habían sido publicadas. Al editor original, Albert Bigelow Paine, y a la hija de Twain, Clara, se atribuye la expurgación de extensos fragmentos del libro que dejan ver cuán insumiso era el pensamiento de Twain en cuanto a la política, la sexualidad, las religiones.

La oposición de Twain al incipiente imperialismo de su patria y las intervenciones militares en Cuba y Filipinas, por ejemplo, es suficientemente conocida. Pero, según Larry Rohter, comentarista del New York Times, esta autobiografía no censurada "deja ver claramente cuán hondo era su sentir al respecto e incluye comentarios que, de hacerse hoy día, en el contexto de Irak o Afganistán, probablemente llevarían a la actual derecha de su país a poner en tela de juicio el patriotismo del más estadounidense de los escritores americanos".

Paine, el zelote del decoro, dispuso sin más de un fragmento en el que Twain prefigura episodios como el de My Lai, durante la guerra de Vietnam. Al comentar el ataque de tropas americanas a una tribal aldea filipina, llama a los soldados de su país "nuestros asesinos de uniforme".

El actual albacea del manuscrito integral de la autobiografía del autor de Cartas desde la Tierra , así como de otros muchos materiales hasta ahora inéditos, es el llamado "Proyecto Mark Twain", de la Universidad de California, sede de Berkeley. Gracias a él, y la "Mark Twain Foundation", es posible leer por vez primera el ensayo inconcluso que aquí se ofrece.

Se le supone escrito en algún momento entre 1889 y 1890 y su interés reside en que por aquellos días alborales del periodismo amarillo, Twain ya se había hecho una áspera opinión del género rey del periodismo moderno.



En torno a la entrevista
Texto inédito de Mark Twain


A nadie le gusta ser entrevistado y, sin embargo, nadie se niega a ello porque los entrevistadores son educados y de modales gentiles, hasta cuando salen en plan de destruir. No doy a entender con esto que siempre salen a destruir intencionalmente ni que, sólo luego de haber destruido, cobran conciencia de ello. No; creo más bien que su actitud es la del ciclón que sale con el cortés propósito de refrescar una villa sofocada por el calor, sin percatarse luego de que le ha hecho de todo menos un favor.

El entrevistador te disemina, hecho picadillo, por toda la redondez del mundo, pero no puede concebir que te lo tomes como un menoscabo.

La gente que culpa a un ciclón lo hace sin parar mientes en que la idea de simetría que éste tiene no es la de una masa compacta. Quienes hacen reproches al entrevistador lo hacen sin pensar que, después de todo, él no es más que un ciclón, si bien disfrazado a imagen y semejanza de Dios, igual que el resto de nosotros. Y que no se propone hacer daño alguno, incluso cuando barre el continente con tus restos, pensando que solamente está haciendo las cosas más agradables para ti y que, en consecuencia, es más justo juzgarle por sus intenciones que por sus obras.

La entrevista no fue una invención feliz. Tal vez sea la manera menos afortunada de intentar dar con lo que realmente pueda ser un hombre.

Para empezar, el entrevistador es todo lo contrario de una inspiración, puesto que le temes. Se sabe por experiencia que, tratándose de estos desastres, no cabe escoger. No importa lo que él escriba, de un vistazo verás que habría sido mejor si hubiese puesto lo otro. Pero tampoco es que lo otro hubiese sido mejor que esto; sencillamente no habría sido esto.

Cualquier cambio que se haga debe y podría ser una mejora aunque, en realidad, sabes muy bien que nada mejoraría. Tal vez no me esté haciendo entender. De ser así, entonces sí me he hecho entender, algo que no habría logrado excepto no haciéndome entender puesto que lo que trato de mostrar es lo que sientes, no lo que piensas. Puesto en el trance de una entrevista, no puedes pensar. No es una operación intelectual: es tan sólo un moverse, decapitado, en un círculo confuso. Quisieras entonces, de un modo aturdido, no haberlo hecho, aunque en realidad no sepas qué es lo que no hubieses querido hacer y, además, no te importe saberlo porque ese no es el punto: simplemente quisieras no haber hecho cualquiera que sea lo que hayas hecho. No haber hecho qué cosa es cuestión de menor importancia; no tiene nada que ver con el caso; ¿entienden lo que quiero decir? ¿No se han sentido alguna vez así? Bueno, así es como uno se siente al leer impresa la entrevista.

Sí: tienes miedo del entrevistador y no encuentras inspiración en ello.

Te encierras en tu concha, te pones en guardia, te haces el descolorido, intentas hacerte el listo y darle vueltas al tema sin decir nada y, cuando al fin lo ves todo impreso, te enferma ver cuán bien lo hiciste. Todo el tiempo, a cada nueva pregunta, estás atento a detectar adónde quiere llegar el entrevistador para hurtarle entonces el cuerpo. Especialmente si lo pillas tratando de hacerte decir cosas humorísticas. La verdad, eso es lo que trata de hacer todo el tiempo.

Y lo hace tan llanamente, tan abierta y desvergonzadamente que al primer esfuerzo logra secar tu pozo y, si aún insiste en ello, es como si te calafatease. No creo que nadie haya dicho nunca algo realmente humorístico a un entrevistador desde la invención de su tan tenebroso oficio.

Sin embargo, como está obligado a poner algo "característico", él mismo inventa las humoradas y salpica con ellas las entrevistas. Estas resultan siempre extravagantes, a menudo farragosas y, en general, compuestas "en dialecto": un dialecto inexistente e imposible, por cierto. Este tratamiento ha destruido a más de un humorista, pero el mérito no es del entrevistador porque él nunca se propuso hacerlo.

Hay un montón de razones por las que toda entrevista es un error. Una de ellas es que el entrevistador, luego de abrir grifos aquí, allá y acullá, haciendo multitud de preguntas hasta dar con el que fluye libremente y con interés, nunca parece pensar que lo sabio sería concentrarse en este último y tratar de sacarle el mejor provecho, desentendiéndose de todo lo que ha dejado ya correr. Pero él no lo ve así: se asegura de cerrar ese manantial con otra pregunta sobre alguna otra cuestión y con ello su única pobre oportunidad de llevar a casa algo de valor escapa de inmediato y para siempre. Habría sido mejor ceñirse al asunto del que a su hombre más interesaba hablar, pero esto jamás podría hacérsele entender. No sabe si estás prodigando metales preciosos o sólo paleando escoria; no distingue la mugre del oro de ley: todo es igual para él y pondrá todo lo que digas.

Entonces, al ver por sí mismo cuánto de lo que no valía la pena haber dicho está todavía crudo, intenta componerlo poniendo de su propia cosecha que cree madura pero que, en verdad, está podrida. Cierto, lo hace todo con muy buena intención. Igual que el ciclón.

Así, sus interrupciones, su modo de desviarte de un tópico hacia otro, tienen en cierta forma el efecto sumamente grave de sólo a medias dejar expresarte respecto a cada tema.

Por lo general, sólo atinas a decir lo suficiente para perjudicarte y nunca llegas donde hubieras querido explicar y justificar tu posición.


(Traducción de Ibsen Martínez)
Tal Cual, 1 de agosto de 2010