sábado, 14 de agosto de 2010

Chatarritas (I)/ Marcianos: Una guerra de independencia


En una conversación con George Lucas, el investigador Joseph Campbell afirmaba que, sin perder la noción tradicional del mito, el afamado director había creado una nueva forma de abordar la representación simbólica del hombre, a través de la explotación cinematográfica de imágenes hasta entonces “nunca vistas” (lo cual no era cierto ya que, en 1968, los efectos especiales de Douglas Trumbull vieron la luz en 2001, odisea del espacio, nueve años antes del estreno de La guerra de las galaxias). En todo caso, la reposición de la saga que continuó con El Imperio contraataca (1980) y El regreso del Jedi (1983) parece constituir algo más que un nuevo golpe a la gallina de los huevos de oro. Mucho Blade Runner, Terminator y Robocop, entre otros –amén del reciente y espléndido Quinto elemento de Luc Besson–, ha pasado bajo los puentes de estos veinte años, por lo que una campaña publicitaria que procurase del mundo una mirada reincidente a las aventuras de Luke Skywalker, princesa Leia y compañía podría correr el riesgo –así fuera bajo el formato de “edición especial” y el aval de la Pepsicola resollante por la herida venezolana– de estrellarse contra el gusto de una juventud demasiado entrenada en Doom como para que la maldad de Darth Vader pudiese siquiera horadar su sentido de la “cursilería”.

Sin embargo, la masiva respuesta en las salas estadounidenses a las desventuras del Jedi debiera darle la razón al experto en mitos: las historias de Star Wars atraen no sólo por la simpatía de sus personajes, sino además porque detrás de la parafernalia tecnológica –ciertamente demodé en los actuales momentos– se develan vigentes los relatos de siempre, aquellos que los seres humanos escuchamos con avidez en cualquier época, así se reduzcan a la disputa entre el bien y el mal, al viaje o al proceso iniciático del héroe. Asimismo, cercana al siglo XXI hemos podido constatar el ansia por beber una vez más la savia de la ciencia ficción, para lo cual Hollywood se encargó, hace un año, de recrear un ataque interestelar contra la Tierra –otra obsesión humana y frecuente, esta vez explotando el caso de la autopsia a un supuesto visitante del espacio atrapado en la región de Roswell (Nuevo México, EUA), reabierto por su Fuerza Aérea después de cincuenta años “en secreto” por razones de Estado– en la cinta Día de independencia, de Robert Emerich, donde la imagen spielbergiana del extraterrestre, cuyas bondades parecían suficientemente sólidas desde el rodaje de Encuentros cercanos del tercer tipo, se desvanece para dar paso a la acción de seres no sólo malos de verdad verdad sino también horribles y babosos. Aunque no terminemos de entender qué es realmente más feo: si ellos o la pretensión gringa de “vacilarse” nuevamente la gloria de su “destino manifiesto” en un predecible y sentimentaloide resultado, que parecía ya superado con E.T. pedaleando al lado de una imberbe Drew Barrymore.

Pero la nación del Norte continúa parodiándose a sí misma: Tim Burton, en una visión aparentemente inocente de los platillos voladores que aparecían en barajitas hace cuarenta años, desarrolló una historia de resistencia a los marcianos en la que no olvida, eso sí, deshacerse del Presidente de EUA y de su Ministro de Defensa, este último con un desempolvado discurso de Churchill en los labios antes de sucumbir ante los hombrecillos verdes. Y recurre al poder de la música y del amor (¡volvemos al kitsch!) para liberar a los terrícolas no solamente de los enemigos descritos en el guión de Marcianos al ataque sino, esperemos también, de la continuación de Independence Day. Porque, además, para una próxima ocasión los productores no contarán con el soporte “real” de la Fuerza Aérea de Roswell: oficialmente el caso del “marciano” acaba de ser cerrado, al declararse que no se trataba del sobreviviente de un ovni sino de un muñeco utilizado “para experimentar caídas desde grandes alturas y estudiar el resultado de los impactos”. Malas noticias para los amantes de la new age… y para los Hombres de negro.

Octubre, 1997

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