miércoles, 16 de marzo de 2011

A propósito de algunos usos de la lengua políticamente correcta


una interpolación de David Foster Wallace (*)

La desagradable verdad es que la misma hipocresía interesada que hay detrás del inglés políticamente correcto tiende a infectar y a socavar la retórica de la izquierda estadounidense en casi todos los debates sobre las políticas sociales. Cojan por ejemplo la batalla ideológica por la redistribución de la riqueza mediante los impuestos, las cuotas, la asistencia social, las zonas empresariales, las Ayudas a las Familias con Hijos Dependientes y las Ayudas Temporales a Familias Necesitadas, lo que ustedes quieran. Mientras la redistribución sea concebida como forma de caridad o de compasión (y la Izquierda Martirológica parece abrazar este concepto exactamente en la misma medida que la Derecha Sin Corazón), entonces todo el debate se centra en la utilidad -"¿Acaso la asistencia social ayuda a los pobres a salir adelante o bien ampara la dependencia masiva?", "¿Es la inflada burocracia de los servicios sociales la mejor forma de repartir caridad?", etcétera-, y los dos bandos tienen sus argumentos y sus estadísticas favoritas al respecto, y el rollo continúa y continúa hasta el infinito...

Opinión: el error aquí está en que ambos bandos dan por sentado que los motivos reales para redistribuir la riqueza son caritativos y generosos. El error de los conservadores (si es que es un error) es totalmente conceptual, pero para la izquierda ese presupuesto es también un grave error táctico. Los liberales progresistas parecen incapaces de declarar la verdad obvia: que los que tenemos más dinero tendríamos que compartir más de lo que tenemos con los pobres no en beneficio de los pobres sino de nosotros mismos; es decir, tendríamos que compartir lo que tenemos para ser menos cerrados de miras y estar menos asustados y sentirnos menos solos y ser menos egoístas. Nadie parece nunca dispuesto a reconocer en voz alta el profundo interés propio que subyace a todos los impulsos encaminados a la igualdad económica: en especial los progresistas estadounidenses, que parecen tan enfrascados en construir una imagen de sí mismos como Extraordinariamente Generosos y Compasivos y Distintos a Esos Conservadores de Ahí que permiten a los conservadores enmarcar el debate en términos de caridad y utilidad, términos bajo los cuales parece mucho menos obvio que la redistribución sea algo bueno.

Me estoy refiriendo a este ejemplo de una forma tan general y simplista porque ayuda a mostrar por qué esa clase de vanidad izquierdista que hay detrás del IPC es en realidad adversa a las causas de la propia izquierda. Porque, al negarse a abandonar la idea de sí mismos como Extraordinariamente Generosos y Compasivos (es decir, como moralmente superiores), los progresistas pierden la oportunidad de enmarcar sus argumentos redistributivos en unos términos que sean al mismo tiempo realistas y de realpolitik. Un argumento semejante requeriría un análisis complejo y sofisticado de lo que queremos decir realmente con interés propio, sobre todo de las distinciones entre interés propio financiero a corto plazo e interés propio moral o social a más largo plazo. Por el momento, sin embargo, la vanidad de los liberales tiende a conferirles a los conservadores el monopolio de las apelaciones al interés propio, lo cual permite a los conservadores pintar a los progresistas como idealistas utópicos y a sí mismos como pragmatistas con los pies en el suelo y la cabeza en el bolsillo. Resumiendo, el gran error de los izquierdistas aquí no es conceptual ni ideológico sino espiritual y retórico: su apego narcisista a los presupuestos que maximicen su propia apariencia de virtud suele costarles tanto el teatro como la guerra.

1999

(*) Me he permitido utilizar "estadounidense" por "americano" las veces que hizo falta.


Fuente: "La autoridad y el uso del inglés americano", en David Foster Wallace, Hablemos de langostas. De Bols!llo: Barcelona, 2008.
Foto: Daniela Edburg, "Party girl", 2007.

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