viernes, 1 de octubre de 2010

Chatarritas (II)/ Pornoteca nacional: Los primeros viernes


a Salvador Fleján

Dentro de la nueva Cinemateca Nacional, actualmente se exhibe un ciclo fílmico que sus organizadores han dado en denominar Los primeros viernes, enunciado que, además de originarse en la costumbre devocional –la cual, hasta donde tengo entendido, hace mucho que feneció–, a la vez designa una serie de películas porno. Como cabía esperar, hasta ahora sus funciones han dado bastante de que hablar, sobre todo una reciente, dedicada a la diva italiana conocida como Cicciolina. En lo que a mí respecta, como otrora habitué del teatro Urdaneta, quizás ni siquiera este acontecimiento merecería mi mayor atención. Sin embargo, ciertas reminiscencias bullen por hacerle frente a los comentarios surgidos de entre la fauna de la plaza Morelos y sus alrededores, algunos de los cuales han “pecado” de un conservadurismo insólito, en pleno 1992: recuerdo, por ejemplo, cuando estudiaba en la sede de la USB en Camurí Grande, al grupo de excursionismo Huayra inaugurando la proyección de una serie de este corte, con la idea de que los universitarios opusiéramos nuestros criterios y lográsemos abarcar el fenómeno con otros ojos, distintos al del voyeur “inocente”. Tarea interesante, por demás, la cual atrajo una multitud desbordante de inquietud y de féminas (hasta ésta de la Cinemateca, nunca creí volver a encontrar tantas mujeres juntas en una porno-función), ansiosa por compartir neurosis y traumas en una tarde de confesiones inauditas. Desde aquellos que han tomado la pornografía como semilla de nuevas técnicas (y qué de técnicas) amatorias, hasta las indignadas chicas renuentes a aceptar que su cuerpo pase a más de ser objeto del morbo exclusivo del novio, del marido o de una ocasión playera. En fin, cuando estábamos en la cuesta de la diatriba, las autoridades vinieron a poner la nota discordante, suspendiendo el ciclo programado (que incluía la presentación de otros tipos del llamado cine erótico, así como la invitación a connotados especialistas) y proscribiendo a la agrupación estudiantil. Así, pues, esa sensación inusual duró sólo unas cuantas horas, barridas en el tiempo por el olvido y la indiferencia de quienes todavía no asumen la cuestión sexual como una especie de sal de la tierra.

Una década después, viene la Cinemateca en un nuevo intento por “santificar” el cine porno, que posiblemente pudiera tener suficiente validez si no fuera sino eso. Pero no. Ya hay quien habla de la “escapada” de intelectuales hacia el recinto de la Galería de Arte Nacional con segundas intenciones: que si la postura política de Ilona Staller, que si las obras de arte que ha inspirado a su esposo Jeff Koons, etcétera. Pero ¿y es que acaso los intelectuales no pueden “vacilarse” una porno por el mero placer de verla? ¿Todavía pensamos que Garganta profunda o Taboo contienen “cochinadas” que sin embargo practicamos cotidianamente? Vale señalar que la industria pornográfica ha sabido escarbar entre las ansias inéditas del ser humano (hay feministas que acotan: las del varón) y mostrarle la posibilidad de escapar, así sea atado a una pantalla, de la represión que ha acudido a todos los medios inimaginables con el fin de asegurar la existencia de tarados sexuales, los cuales pugnan, desde sus hogares, desde los hoteles, desde las salas especializadas, por llenar sus vidas del más mínimo sentido. Y los intelectuales no escapan a esta realidad, así piensen que su presencia en la Cinemateca los libra de cualquier sospecha. Basta con escuchar los afectados susurros que despiertan las escenas de lesbianismo o la contemplación de una vulva magistral para entender que el destape caraqueño no es sino una más de nuestras más elocuentes leyendas urbanas. Como desenmascaradora de mitos, pudiera hablarse de la pornografía, al igual que de la muerte, como una gran niveladora universal: me parece ingenuo, por tanto, hacernos ver que nuestros amigos intelectuales son diferentes ante el hecho porno. Más bien, es triste darse cuenta de que el chance de llevar a la amiga culturosa a la pornoteca se convierte en harakiri al comprobar que la niña, por muy bien dotada que esté, se encuentra a miles de años-luz no sólo de la propia Cicciolina sino también de una Vanessa del Río o de una Seka –entre otras gigantes del medio– en lo que a maestría del sexo se refiere.

Pareciera que la idea del cineforo es bastante adecuada para el tratamiento de la cuestión erótica así como para darle un acabado de lujo al renovado rostro de la Cinemateca que, en un afán válido de obtener mayores ingresos, incrementó el número de funciones pero nos dejó sin la oportunidad de discutirlas (así fuera bajo la eterna moderación de Perán Erminy), tal y como fue su marca de fábrica en el pasado. Pienso que un retorno al cineforo haría de la Cinemateca Nacional una alternativa única en materia de filmografía erótica, le daría un mayor sentido de responsabilidad a esta controversia y permitiría a la iniciativa del grupo Huayra tener finalmente eco en la comunidad, intelectual o no. Sin un apoyo de este tipo, veo muy difícil que Los primeros viernes se sostengan como alternativa cinéfila, además ante la presencia inocultable del Urdaneta y del Central, templos indiscutibles del género, en donde no se pierde el tiempo en buscar la quintaesencia del fenómeno, sino simplemente en vivirlo.

Letras, Caracas, 1992
Imagen Nº 2: Jeff Koons, "Ilona on top" (1990).

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